En ocasiones, los días que sufrimos tristeza, enfado o tensión hacen que comamos de forma emocional, utilizando los alimentos como consuelo o compensación para aliviar un sentimiento desagradable.
¿Tú también tienes tu propio alimento “consuelo”?
Puede variar en función del estado de ánimo y el género, pero los profesionales en el ámbito de la Psicología afirman que, generalmente, la gente contenta prefiere comer alimentos salados, mientras que en momentos de tristeza nos decantamos por los dulces. Los alimentos ricos en grasas y en azúcares activan ciertas sustancias químicas corporales y son capaces de generar una sensación de satisfacción y de logro. Este efecto explica claramente por qué es tan habitual que nos refugiemos en este tipo de alimentos cuando nos sentimos “mal”.
Si esta forma de lidiar con las emociones menos agradables, a base de dulces, se convierte en hábito, puede suponer aumento de peso severo e incluso convertirse en trastorno de la conducta alimentaria (atracón). Una vez se diluye la sensación de placer creada por el atracón de comida, las emociones que lo desencadenaron permanecen y empieza la sensación de culpa por la cantidad y tipo de alimento ingerido.
Es muy importante saber diferenciar entre el hambre fisiológico y el hambre psicológico.
¿Por qué quiero comer?
- Hambre psicológico: se caracteriza por aparecer de repente y siempre por algún alimento en concreto (“antojo”). Suelen ser alimentos poco saludables y calóricos ya sean dulces o salados (patatas fritas, chocolate, helado, snacks…)
- Hambre fisiológico: también conocido como hambre “real”. Sucede cuando el cuerpo necesita nutrirse para su normal funcionamiento. Una señal clara es la sensación de “tener el estómago vacío” o ruidos estomacales. Ante este estímulo, el cuerpo nos pide alimento, sin decantarse por uno en concreto.
¿Cómo controlar el hambre psicológico?
- Para y piensa: Lo primero para identificarlo es parar unos minutos a pensar si realmente tenemos hambre o si se trata de un capricho o antojo. El solo hecho de detenernos a reflexionar ya es un buen indicador y todo un logro, sobre todo si llevamos años utilizando la comida para recompensarnos ante las adversidades de la vida. Comer en modo “piloto autómatico” y rodeados de distracciones nos impide ser conscientes del nivel de saciedad de nuestro cuerpo.
- Busca un patrón: Identifica cuándo y por qué se producen estos «ataques de hambre». Si suceden a lo largo de todo el día o en momentos puntuales. Por ejemplo: si tenemos antojo de un dulce antes de cenar, y todos los días realizamos la misma acción, mentalmente estamos predispuestos a seguir esa rutina. Por ello, intentaremos mantenernos ocupados durante ese periodo de tiempo (saliendo a pasear, haciendo ejercicio, leyendo un libro, realizando tareas cotidianas…)
- No lo compro > no lo como: Aliméntate de forma sana, y que eso se refleje en tu nevera. Si compras pensando en llenar el carrito con alimentos que cubran tus necesidades calóricas y de macro-nutrientes y cocinas de manera saludable, será más difícil que caigas en los antojos.
Conócete a ti mismo y no te boicotees, debemos realizar un cambio de mentalidad y concienciarnos de que esos «ataques de hambre» son más algo psicológico que algo físico.
Si durante este post has asentido en repetidas ocasiones, no esperes que algo cambie si no pasas a la acción. Prométete que la próxima vez que estés a punto de caer en la tentación de “digerir” el desánimo, la ira o la tristeza comiendo una caja de bombones o una hamburguesa de las que anuncian en la tele, te pararás a pensar unos minutos. Obsérvate y luego, decide.