En ocasiones, muchas personas utilizan la comida como escape o alivio ante situaciones complicadas, de enfado o tensión, o simplemente en momentos de estrés. Hacer uso de la comida como válvula de escape frente a momentos difíciles causa una satisfacción momentánea, que nos puede llevar a una situación mucho más complicada a posteriori. El problema que nos ha llevado a comer de forma compulsiva no se ha solucionado y además nos acompaña un fuerte sentimiento de culpabilidad. Este tipo de comportamientos (muchas veces impulsados por malos hábitos o costumbres), sólo consiguen que comamos de forma desmesurada, incluso sin hambre. Los efectos “curativos” o paliativos de la comida desaparecen con rapidez y dan paso a la frustración.
Padecer estrés diariamente y de forma continuada nos sobrecarga y provoca que estemos en un estado de tensión, nerviosismo y alerta constantes. Esto provoca una serie de alteraciones, tanto a nivel físico y/o psicológico. En ocasiones, con el objetivo de aliviar esta situación de alerta constante, recurrimos a la comida, especialmente a los alimentos calóricos. Lo mismo sucede cuando no se controlan las emociones; ante un torrente de sentimientos que no somos capaces de ordenar, podemos pensar que la comida nos ayudará a sentirnos mejor, pero se trata de un alivio momentáneo.
La falta de control de los impulsos ante la comida puede ser un obstáculo para retomar nuestros hábitos y ponernos en forma tras el verano. A veces iniciamos un tratamiento para bajar de peso sin tener en cuenta este problema de ansiedad. Cuando el tratamiento no genera los resultados deseados, nos frustramos. La ansiedad aumenta, formando un círculo vicioso de difícil solución si no se ataca la raíz del problema.
¿Hambre o ansiedad?
El hambre es una necesidad física de consumir alimentos. No aparece de manera repentina, sino que es gradual. Cuando tenemos hambre, cualquier clase de comida nos sirve para satisfacerla y, una vez saciada, no sentimos necesidad física de comer más. No existen sentimientos de culpa o tristeza. En cambio, la necesidad de comer por ansiedad aparece súbitamente y se siente la necesidad o el antojo de comer unos alimentos en concreto, sobre todo los más calóricos, ya sean dulces o salados. Pese a no tener hambre, se pueden ingerir mayores cantidades de comida que lo que se comería con normalidad. Una vez que se ha acabado de comer, sobreviene un sentimiento de culpa y frustración, especialmente si no es el primer episodio.
¿Cómo controlar los impulsos ante la comida?
En primer lugar, conviene analizar nuestra situación y ver en qué punto nos encontramos. El autoanálisis es muy importante para adquirir consciencia de nuestra situación y hallar el origen del problema. Conocer técnicas de autocontrol y relajación puede ayudarnos a combatir el estrés y la ansiedad, así como a mejorar la expresión de nuestras emociones. Algunas claves son aprender de errores anteriores y buscar alternativas a una crisis presente, convertirnos en observadores de nuestra situación y contar hasta diez antes de actuar, identificar los impulsos positivos y darles prioridad para postergar los negativos, buscar el apoyo de una persona cercana que pueda servirnos de apoyo y hacer ejercicio físico. Es importante no minimizar la situación y buscar la ayuda de un profesional si es necesaria. El control de impulsos ante la comida es necesario para conseguir un equilibrio del peso, pero además, si esperamos a que “pase” por sí solo, puede empeorar un estado previo de obesidad o sobrepeso y además puede ser el desencadenante o agravar un estado de malestar psicológico y emocional.
¿Te sientes identificado/a con esta situación? ¿Crees que la ansiedad obstaculiza tu objetivo de ponerte en forma? Solicita una visita informativa gratuita con nosotros a través del siguiente formulario y te asesoraremos; en nuestro equipo contamos con una psicóloga especialista en control de la ansiedad y los impulsos.
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